martes, 21 de febrero de 2017

Miedo

Creo que una de esas cosas feas que le puedes hacer alguien es ridiculizar un miedo suyo. Uno de esos que a lo mejor pueden sonar demasiado ridículos. Pero la persona que lo cuenta, que decide compartir eso contigo, se abre. Te enseña esa pequeña cajita que guarda consigo: demasiado temoroso del ridículo, demasiado temeroso de compartirlo.

De verdad que me parece algo feo.

Creo que mi miedo es no volver a poder sentir esa felicidad abrasadora, brillante y avasalladora que todo lo llena, que hace que una sonrisa despunte en los labios casi sin quererlo. Tengo miedo de vivir con esa sombra de "ya está, todo va demasiado bien, ahora a esperar que se fastidie". Miedo de no poder perderme en el momento, de no dejar de pensar por solo un segundo, únicamente respirar y ser parte de lo que me rodea.

Tengo miedo de volver a asomarme a ese abismo que no tiene fin, de no tener fuerzas para seguir.

Esos miedos son de los que me da vergüenza verbalizar,  a los que siempre responden con un "no seas fatalista, anda". Y en ese momento te planteas si de verdad merece la pena contarlo, si no sería mejor fingir que va bien, que todo está bien y el sol brillará siempre. No necesito que me digan que son ridículos, tontos.

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